Capítulo 14 Vidas en desgracia
Pero una noche, las cosas no terminaron bien. No era muy
tarde, yo recién había terminado de cenar una milanesa con papas fritas.
Escuché a Susana que gritó: "¡Se muere, se muere!". Arrastró a
Viviana por los pasillos de la pensión, y desde la puerta de mi habitación,
asustado, pude ver el rostro desvanecido de Viviana por última vez en mi vida.
La ambulancia, como siempre, llegó rápidamente y se la llevaron. Sin embargo,
al día siguiente, temprano por la mañana, escuché a Susana llegar a la pensión
llorando desconsoladamente porque Viviana ya no estaba.
Le pregunté a mamá si sabía qué había sucedido. "Fueron
las drogas", me respondió. Esa mañana fui al colegio, pero sentí que
nuevamente la muerte era un tema en mi vida. La pérdida de mi papá siempre
estuvo en mi mente, pero no estuve presente cuando ocurrió. Ahora, a Viviana la
había tenido cerca de mí todos los días y la vi minutos antes de que partiera
para siempre.
Quise compartir con mis compañeros del colegio lo sucedido,
pero parecían no entender demasiado o era un asunto del que no querían hablar.
Ninguno de ellos había experimentado algo similar, la muerte de alguien cercano
o de un ser querido. Solo uno de los chicos había perdido a su abuelo, quien ya
era muy anciano. Además, ninguno de los chicos del colegio, al menos según mi
conocimiento, vivía en un lugar como la pensión. Todos tenían una casa, unos
padres y muchos incluso…un perrito.
No pasó mucho tiempo para que Susana se marchara de la
pensión. Nadie supo adónde, no dijo nada, ni se despidió. Creo que la entendía,
muchas personas cuando sienten que están solas en el mundo, tienen a encerrarse
en sí mismas, en una especie de espiral del alma. Solo con Viviana podían entenderse. En
última instancia, la historia de Susana y Viviana me recuerda que cada uno de
nosotros lleva una carga invisible, una historia que se esconde tras nuestras
miradas y sonrisas. A veces, el aislamiento y la soledad se convierten en
refugios temporales para explorar y enfrentar nuestras propias vidas en
desgracia. Tal vez en algún lugar lejano, Susana habría de encontrar la
felicidad que le parecía tan esquiva.
Los días se estaban poniendo extraños en la pensión. Había
un clima pesado y lúgubre. Serían premonitorios de uno de los momentos más
difíciles para mí en La Plata.
Pocos días después de lo que sucedió con Viviana, como todas
las tardes de la semana, regresaba a pie del Don Bosco, recorriendo las quince
cuadras que me separaban de la pensión. Sin embargo, esta vez me demoré un poco
más de lo habitual. Pasé por un quiosco de golosinas y quedé hipnotizado por
una pelota de cuero número 5 que tenían en venta. Le pregunté al quiosquero
cuánto costaba, no sé para qué, si creía que nunca iba a poder comprarme una.
Caminé en círculos por la plaza Moreno durante varios minutos, observando el
cielo de la tarde que se desvanecía entre los edificios y me contaba una y otra
vez que yo no pertenecía a La Plata. Anhelaba con un fuerte dolor en el pecho
regresar a Pilar. Suspiré resignado y me encaminé directamente hacia la
pensión.
Al entrar, vi que estaba Fazzari, claramente enfadado y
violento, mientras mi madre se acurrucaba temerosa contra la pared. Entonces,
el gordo comenzó a gritarle, recriminándole no sé qué cosa y avanzando
amenazadoramente hacia ella. No sé si se percató de mi presencia en la
habitación, pero cuando vi que iba a golpearla, me interpuse entre los dos y le
grité: "¡A mi mamá no la tocás!".
No vi venir el golpe, no sé con qué pesada mano me lo dio,
pero lo sentí en pleno rostro, desequilibrando todo mi cuerpo y dejándome
tumbado en el suelo, casi inconsciente. Tengo el eco en mi memoria del grito
lleno de odio del gordo: "¡Pendejo de mierda!". Quedé aturdido en el
suelo, escuchando los gritos de mi mamá mientras empujaba a Fazzari hacia
afuera y cerraba la puerta. Hubo alboroto en el pasillo de la pensión, creo que
varios de los que vivían ahí escucharon lo que pasó y terminaron echando al
gordo carnicero.
Fui recobrando la plena conciencia gradualmente. Me
encontraba en el suelo, con mi madre sosteniéndome en sus brazos. Recuerdo que
ella lloraba amargamente y pronunció unas palabras que se grabaron en mi
memoria: "Nunca más".
®Tomado del libro "Todo sucede en abril" . El Bodegón Ediciones - 2023