Era
una de esas mañanas que prometen, en las que uno se levanta pensando en que va
a ser un gran día. De eso estaba convencido Lázaro cuando salió de su casa,
sintió que sería una jornada ideal para concretar el negocio. El cielo azul, el
sol radiante y el agradable clima otoñal, le deban el marco adecuado a sus
ansias.
Con
el maletín negro en su mano izquierda, acomodó su corbata mirándose en la
puerta de vidrio de entrada del restaurante e ingresó al mismo. Allí, tres
empresarios impecablemente vestidos con sus trajes negros y la apariencia de
haberse afeitado hacía cinco minutos, lo esperaban sentados en una mesa para
almorzar y cerrar un contrato de
distribución que los llenaría de dinero a todos.
Al llegar a la mesa, saludó a
los tres hombres con un sincero apretón de manos, fiel a su estilo, generando
confianza en la primera impresión. En su interior pensó que obtener esas firmas
no sería algo
complicado,
no para él.
Ni bien tomó asiento, comenzó a molestarle el frío del lugar, le
parecía raro que pongan el aire acondicionado tan alto, pero no dijo nada,
trató de concentrarse en lo suyo, cerró los botones de su saco tratando de
cobijarse pero escasamente sentía que podía retener el calor de su cuerpo. Los
otros hombres conversaban entre sí sobre las conveniencias del contrato que
tenían entre sus manos, restaría que se les despejara algunas dudas nada más.
Lázaro
tomó la palabra y llevó a cabo la negociación en forma brillante, sacó a
relucir sus mejores recursos como orador y pudo convencer rápidamente a los
tres hombres. Aquellos ejecutivos de negocios hicieron sólo un par de preguntas
más y ya no dudaron, estamparon
sus firmas en el contrato.
Después
de firmar, uno de ellos llamó al mozo y pidió champaña para celebrar, Lázaro
sonrió y dijo que no acostumbraba a beber, que tan sólo una copa podía marearlo
mucho. Los tres hombres insistieron tanto que no tuvo otra opción que aceptar,
pensó que beber una copa esta vez se justificaba, motivos para celebrar
sobraban.
La
explosión del corcho saliendo como un cañonazo de la botella le retumbó en los
oídos, podía sentir el aroma frutal de aquella bebida burbujeante mientras se
iban llenando las copas. Se prestó a la celebración, brindaron hasta acabar la
primera botella. En un momento, después de haber bebido apenas dos copas,
Lázaro sintió que se
desvanecía e iba perdiendo gradualmente el conocimiento. Tuvo la sensación de
que caía lentamente de espaldas al piso, como si no existieran las leyes de
gravedad. Lo hizo estremecer el frío de las baldosas rojas del restaurante en
sus espaldas y pudo ver las caras de los tres hombres de negocios que lo
miraban alternando preocupación y desconcierto, pero Lázaro no podía
reaccionar.
En ese estado casi inconsciente comenzó a tener una extraña
pesadilla, se vio a si mismo caminando pesadamente por las calles de un barrio
marginal, en una noche profunda y fría, temblaba sin tener con que calentarse.
Observó sus ropas, harapos viejos y sucios. Era nada menos que un vagabundo en
la miseria. Anduvo solitario hasta que el cansancio lo pudo y se echó a un
costado de la ruta. Tenía entre sus escasas cosas, una botella de vino barato a
medio tomar. Le
pareció raro, ya que él era abstemio, pero se trataba de un sueño, entonces pensó
que si tomaba un trago tal vez le aliviaría el frío que lo envolvía. “En la
vida real jamás tomaría y menos este vino barato, que sólo usaría para matar
hormigas”. Tomó un largo sorbo del pico de la botella, no le desagradó el
sabor, pero sintió que la bebida llegaba ardiente
a su estómago y quemaba sus órganos “¿Cómo hace la gente para beber esta
porquería?”, dijo.
Estaba perplejo, eran demasiadas sensaciones para ser un
sueño. Oía perros
que ladraban a lo lejos y el frío, ese frío intenso que no lo abandonaba.
Después de beber el trago de vino, sintió olores nauseabundos en el lugar,
quiso oler sus ropas para sentir la fragancia de Calvin Klein que normalmente
usaba, pero el olor de sus prendas era hediondo, quería sacárselo de su nariz
pero no podía. Entonces comenzó a reaccionar y las imágenes con el restaurante
comenzaron a mezclársele.
-No
sabía que apenas un par de copas de champaña le harían tanto daño.
Dijo
uno de los empresarios, con claro sentimiento de culpa por haber insistido
tanto en que bebiera. Uno de ellos le estaba pasando un pañuelo perfumado por
la nariz tratando de reanimarlo. Lázaro empezó a recuperar la conciencia, trató
de ponerse de pie con la ayuda de aquellos hombres y de algún personal del
restaurante preocupado por el extraño acontecimiento en el local. Le dolía
tremendamente la cabeza, juró en voz alta que jamás volvería a beber una copa.
Unánimemente,
los tres hombres se ofrecieron a llevarlo a su casa, el contrato ya estaba
firmado por lo que podían dar por concluida la feliz jornada. Lo subieron al
auto de uno de ellos y partieron rumbo a su hogar. Mientras viajaban, aún
golpeaban en su cabeza las imágenes de aquel extraño sueño en el que se veía
como un pobre vagabundo en la miseria. Los hombres que estaban a su lado
conversaban de asuntos de la economía nacional, pero a Lázaro no le importaba mucho,
otra vez volvió a molestarle el frío, pensó en que el aire acondicionado del auto
estaba demasiado alto, ¿por qué lo ponían tan frío? Se iban a congelar. Se dijo
a si mismo que esa mañana debería haber salido con un pulóver.
Lo
llevaron hasta la puerta de su hogar. Al verlo de buen semblante lo dejaron
allí, despidiéndolo y prometiendo que se volverían a encontrar pronto para
hablar nuevamente de negocios. Lázaro ingresó a su casa, la misma era grande y
lujosa, propia de alguien de una buena posición económica. Estaba feliz de
volver a estar en su hogar, pero continuaba tiritando de frío, le molestaba
demasiado. Dejó su maletín en un sillón del living y pensó que darse una ducha
caliente sería lo mejor, con eso se quitaría la resaca y el frío que le calaba
los huesos.
Fue
al baño, se quitó la ropa casi sin darse cuenta y abrió la perilla de agua
caliente. Las primeras gotas eran tibias, pero inmediatamente se transformaron
en chorros de agua helada que daban a pleno en su cara. Se estremeció en un
quejido, a tal punto que volvió a desvanecerse, cayendo de espaldas en la
bañera. Pudo sentir la helada bañera en su cuerpo y el agua de la ducha fría
que caía sobre su rostro sin poder reaccionar. Sintió que perdía el
conocimiento nuevamente y otra vez volvía a estar en aquella espantosa
pesadilla de pobreza y miseria, tirado al costado de una calle, la lluvia caía
sobre él, gélida y cruel. A su lado, únicamente la botella de vino como
compañera y testigo de su pesadilla, buscó refugio en ella sorbiendo los
últimos tragos que quedaban esperando ayudara a combatir la inclemente noche.
Pero la lluvia arreciaba en intensidad, rogaba por despertarse, pensaba que
estaba aún tirado en la bañera helada y que el agua de la ducha estaba cayendo
sobre él, pero ni siquiera esa ducha lo despertaba, seguía acostado en esa
vereda miserable. De pronto, un auto pasó a alta velocidad y levantó una gran
cantidad de agua que se había estancado en un costado de la calle, cayendo como
en grandes baldazos sobre la pobre humanidad de Lázaro, dejándolo completamente
empapado. Sintió que se le detenía el corazón y esta vez la realidad lo golpeó,
se dio cuenta que no iba a despertarse, que no estaba teniendo una pesadilla,
que su realidad era ser un pobre vagabundo, esclavo del alcohol y la miseria.
El sueño había sido el otro, el de él siendo un exitoso hombre de negocios,
abstemio, de buen vestir, perfumado y dueño de una hermosa casa. Cosas que
nunca tuvo ni conoció en su triste vida.
El
frío de la noche y el repiquetear de las gotas de lluvia en los charcos del
asfalto no dejaron escuchar los últimos latidos de su corazón.
*Tomado del libro "20.000 Palabras" (2013) Editorial Materón.
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