miércoles, 17 de septiembre de 2014

Firdaus

“…el brillo de sus ojos escondía el paraíso…”

Estuvo varias horas revisando entre los papeles del escritorio, seguramente, ella lo habría guardado en algún lugar. Esa manía de no tirar ningún papel, antes se lo recriminaba, ahora suplicaba entre labios que lo haya metido en un cajón. Imposible que lo hubiese tirado, recordaba que le había dicho que lo iban a ver juntos cuando regresen. Intentó también buscarlo por Internet, pero no daba en la tecla con el nombre. ¿Cómo me había dicho?, ¿en realidad me lo había dicho?, ¿cuál era el nombre del lugar? Nada, la memoria no aportaba.
Hasta que por fin, después de revolver y dejar un desastre de papeles en el piso de la habitación, encontró en uno de los cajones un folleto turístico. Tenía que ser ese, el mismo del que ella le había hablado.¡Cómo iba a recordar ese nombre! El lugar era una pequeña isla perdida en el Océano Índico al sur de Indonesia, jamás había escuchado sobre ella. El sitio le pareció muy atractivo, playas, palmeras, arena blanca y entre otras cosas, una pista de aterrizaje aéreo, algo no muy común en islas pequeñas, lo que acortaría notoriamente el tiempo de llegada. La propuesta de la agencia de viajes era bastante costosa, pero eso no era un problema para él. Confirmó por la web de la agencia la compra del paquete ofrecido, enseguida armó su equipaje con no mucha ropa, miró las viejas cartas de novios, cuidadosamente guardadas en una bolsa hermética, se preguntó si las llevaría, se dijo que sí, pero prometió ante él mismo que no las volvería a leer
mientras dure el viaje y la estadía; internamente sabía que en algún momento iba a ceder, quizás en alguna cálida noche solitaria, mientras escuchara el rugir de las olas en la oscuridad infinita del mar recurriría a esas cartas, tratando de recuperar, con aquellas viejas palabras de amor escritas a mano, algo de su presencia, aunque más no sea en su memoria.

Tomaron la autovía 2 en dirección a las tranquilas playas de San Clemente del Tuyú. Fue una decisión acertada salir un jueves por la mañana, se sabe que en épocas de vacaciones de verano, esa ruta suele estar sumamente congestionada y la demora en llegar a la costa puede duplicarse, mucho más durante un fin de semana. Él conducía, ella cebaba mate desde el asiento del acompañante.
    -El día nos acompaña, está fresquito y no se ve una nube, dame otro mate, hermosa.
   -Ya está un poco lavado, pero para el próximo cambio la yerba. Desde hace un rato que te iba a preguntar algo, antes de salir de casa, ¿viste el folleto que nos llegó por correo?
    -¿Folleto? No, vi que había llegado algo de correspondencia pero pensé que eran todos servicios para pagar nada más. ¿Qué pasó? ¿Había algo importante? Uy, fijate los quesos que venden al lado de la ruta, a la vuelta compramos un gruyere.
    -Si, un gruyere y un salamín también. Te decía que llegó un folleto turístico sobre una isla con un nombre raro, ahora no lo recuerdo, pero quisiera que a la vuelta lo veamos para ir planeando un viaje a ese lugar, tenés que verlo, parece de ensueños.
    -Dale, no te preocupes, lo preparamos para las próximas vacaciones. Ahora dejá de usar el mate de micrófono y cambiale la yerba que todavía falta rato para llegar.

Se sentó del lado de la ventanilla, justo a la altura del ala derecha del avión. Aquel momento aún estaba en su cabeza, no le costaba esfuerzo recordar la melodía de su voz dulce y cariñosa, pero lo que más lo conmovía era recordar el brillo de su mirada, como si aquellos ojos vivaces aún lo estuvieran mirando. Un dejo de tristeza lo envolvió completamente. Nunca había viajado por los aires, observó a los pasajeros que tenía cerca, todos estaban muy serenos, se preguntaba si sería él único que estaba arriba de un avión por primera vez en su vida. Debo parecer un campesino, dijo en voz baja. Quiso preguntarle algo a la señora
que tenía a su izquierda, pero tenía tanta cara de vinagre que prefirió quedarse con la duda. Por fin la nave ascendió a los cielos y empezó a romper nubes en su camino. Al rato, la azafata le ofreció un trago que aceptó con gusto para calmar un poco su ansiedad. Con la copa en la mano, asomó la mirada por la ventanilla, nunca había visto la tierra desde esa altura, le pareció algo formidable pensar en que allí abajo las personas seguían con sus vidas, desde ese panorama todo parecía tan insignificante. Tal vez, en algún otro viaje alguien miró desde una ventanilla, sin notar que allí abajo había un extraordinario accidente que quebraría para siempre las esperanzas de ese triste muchacho. Qué difícil era dejar de pensar en aquello. Ya era completamente de noche y había intentado dormirse, sin éxito, cuando empezaron las fuertes turbulencias que sacudieron impetuosamenteal avión.

Habían pasado varios minutos cuando dejaron la autovía 2 y tomaron la ruta 11, mucho más peligrosa que la autovía porque es de un solo carril y no posee banquinas. Si algún vehículo sufre un desperfecto mecánico o una pinchadura de neumático, se ve obligado a descender en el incómodo pasto de los costados, riesgosamente pegado a la ruta. Imposible de adelantarse a algún vehículo sin correr el riesgo de chocar de frente contra el que viene del otro lado. La muchacha guardó el mate por un momento. Voy a sacar la radio un ratito, dejame poner un CD.

“...with you I’ve found the key
To open any door
I can feel my love for you
Growing stronger day by day”

¿Te acordás cuando de novios me la cantaste? Cómo no acordarme, te terminé de conquistar con esa canción. Ja ja, ¡cantabas horrible! Igual que ahora ja ja, pero me terminaste de seducir por valiente. Dale que tengo una voz de locutor que mata, ninguna chica se hubiese resistido. Las risas fueron unánimes. Ella buscó la pista siete del CD y volvieron a escuchar aquella canción durante el viaje. Miradas cómplices, sonrisas deliciosas, la misma fragancia de amor que años atrás. La ruta se hacía más angosta.
Rogó para que nadie se diera cuenta, había cerrado los ojos y apretado los puños en el momento en que el avión aterrizaba. Demasiadas películas de catástrofes, el índice de accidentes aéreos es muy bajo, qué tonto en preocuparme así, aunque la turbulencia de anoche fue demasiado fuerte, incluso los otros pasajeros temieron por sus vidas. Pero ya estaba en tierra, bajando con alivio las escaleras del avión. El lugar parecía resplandecer, no sabía si era por el fuerte sol de la mañana o por el viaje de toda la noche, pero notaba que el sitio y las cosas poseían un brillo especial, como si fuera un aura mágica. En el pequeño aeropuerto de aquella isla edénica, un afable lugareño lo recibió con alegría: ¡Bienvenido a Firdaus! Yo lo llevaré a su lugar
de descanso. En un viejo taxi conducido por aquel amable hombre, fue llevado hasta la casa donde iba a pasar sus días, en el camino tuvo una conversación trivial y agradable con el taxista. Hasta que llegó al lugar prometido, la pequeña casa construida en la playa, a orillas del mar. Agradeció al hombre por el viaje, bajó del vehículo y caminó hundiendo sus zapatos en la arena blanca hasta llegar a la vivienda. Abrió la puerta y dejó, con mucho gozo, su equipaje en el suelo. Fue al dormitorio, corrió las cortinas de la ventana y la brisa
del mar cercano penetró hasta su alma. Cerró sus ojos y respiró profundamente el aire distinto del lugar, extrañamente no estaba triste, algo que había sido una constante desde aquel viaje a San Clemente. Después de unos instantes, salió de la casa y se sentó en una reposera a observar su alma frente al mar, los recuerdos eran fuertes, pero esta vez no dolían, como si nunca hubiera perdido aquello que tanto amaba.

    -¿Crees en el paraíso, amor?
    -Ja ja, ¿qué clase de pregunta es esa, piba?
    -Digo, si crees que hay una vida más allá, donde las almas se vuelven a encontrar.
    -¿Lo preguntás en serio? La verdad es que no lo sé, nunca me lo pregunté y por ahora no quiero hacerlo. Desde que te conocí he sido feliz y siempre he pensado en el presente, mi futuro sólo lo imagino a tu lado. Falta poco para llegar a San Clemente, menos mal, ya se me durmieron las piernas de tanto manejar.

Las olas traían, de cuando en cuando, algunos restos de algas y plantas marinas que se dispersaban a lo largo de la playa. No había mucho más movimiento que ese y algunas gaviotas solitarias que buscaban algo de comer desde el aire. Aquel era su panorama desde la silla reposera, mientras leía las viejas cartas de su amor. Algunas horas después, fue a mojar su nostalgia en la espuma de las olas que barrían la playa, cuando el estruendoso sonido de una turbina gigante lo aturdió. Un avión envuelto en llamas y humo, se atravesó ante sus ojos a pocos metros de alto sobre el mar y se estrelló trágicamente en el agua.

No faltaba mucho para llegar, el CD había dado varias vueltas en el reproductor del auto, mientras la acaramelada pareja recordaba una vez más los detalles de como se habían conocido, del primer beso y de cuando dieron el sí frente al altar. Muchas cosas habían pasado en estos años, pero ellos estaban igual de enamorados. Qué afortunado, pensaba él. El hombre con el que pasaré el resto de mis días, pensaba ella. Ese viaje corto a la costa bonaerense era apenas una excusa, la búsqueda de un lugar apartado donde estar juntos, sin nadie a quien conozcan, disfrutándose el uno al otro. La ruta estaba bastante despejada por lo que él pudo apurar un poco más la marcha. A lo lejos, una caravana de autos venía de frente, cuando ya estaba a muy pocos metros, una camioneta se salió del grupo intentando pasar a todos, ocupando el carril contrario; como nadie le dio paso, ni lugar para reingresar a su mano, el conductor de la camioneta trató de disminuir la velocidad porque parecía que iban a chocar de frente. La pareja vio a la camioneta a punto de impactar con ellos, una milésima antes el muchacho viró el volante hacia la derecha para esquivarla y el auto se fue hacia los pastizales dando varias vueltas hasta caer con el techo hacia abajo convertido en un montón de fierros retorcidos. Horas después apareció la ambulancia y un equipo de rescate. Él sufrió hematomas y varias quebraduras pero pudo salvar su vida, la chica no tuvo esa suerte.

En una reacción instintiva, se arrojó al agua y empezó a nadar desesperadamente en dirección del avión, nunca pensó que éste podría llegar a explotar, sólo le preocupaba tratar de rescatar a alguien de aquel accidente. Llegó hasta los restos de la nave que se había estrellado y buscó por donde pudo. Parecía que el avión hubiese estado vacío al caer, que nadie había viajado en él. Estaba completamente extrañado. Se subió al pedazo de una de las alas y miró el desolador paisaje que le ofrecía ese gigante destrozado, sin ninguna vida a simple vista, hasta que volvió su mirada hacia la playa cercana y vio un cuerpo tendido en la orilla. Tal vez esté vivo, dijo. Se arrojó nuevamente al agua y nadó hasta llegar al cuerpo, cuando llegó a él lo vio tendido boca abajo, con enorme preocupación lo tomó por los hombros dándolo vuelta y sorprendido notó que era él mismo el que estaba allí, con la ropa que se había puesto cuando inició aquel viaje a la isla. Estaba desconcertado, sin saber que estaba sucediendo. Arrodillado en la arena, levantó su mirada y pudo observar una silueta que se movía dentro de la casa. Se levantó y corrió agitadamente por la arena hasta llegar a la puerta, con cierto temor abrió y allí estaba, sonriente y luminosa, tal como la había visto la última
vez antes de aquel fatal accidente. No lo podía creer, era ella, hermosa como siempre la había visto, su rostro rebosó de felicidad en ese momento. Entonces la chica caminó lentamente hasta llegar a él, lo tomó de las manos y con una sonrisa angelical y los ojos radiantes de amor infinito le dijo: “Bienvenido a casa, amor”.

 

Tomado del libro "20.000 Palabras" - Editorial Materón

© DERECHOS RESERVADOS.

2 comentarios:

  1. Uy q ue linda historia, te mando un abrazo

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  2. Hola Guille
    Tras muchos meses de tener mi blog sin publicar paso a desearte unas felices fiestas navideñas y un año lleno de amor para dar y saber recibirlo.
    Con ternura
    Sor.Cecilia

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