domingo, 17 de noviembre de 2019

La teoría de la tercera generación



   
Hace varios años ya, mientras cursaba mi carrera en la universidad, expuse ante mis compañeros una idea a la que denominé la “teoría de la tercera generación”. Básicamente, se trataba de una crítica a la tercera generación de empresarios descendientes de familias fundadoras de empresas. Veía un patrón repetitivo en la conducta de los fundadores-hijos-nietos que llevaban adelante una empresa a través de los años.
    Décadas atrás, un abuelo fundaba una empresa con enorme sacrificio y la llevaba adelante con un grupo de personas, llamados empleados. La visión de trabajo arduo la llevaba a engrandecerla. Eran épocas en que el patrón prosperaba, pero también ayudaba a los empleados a crecer juntamente con él. Era el tiempo en que el trabajador hacía carrera dentro de la empresa, ascendiendo puestos y progresando, de la misma manera lo hacía en su economía personal. A veces hasta la compañía le daba ayuda para comprar su casita o a adquirir su primer auto. Esa era la cultura que mandaba en la empresa del abuelo fundador.
    Después llegó el turno de que los hijos del fundador se hacían cargo del timón de la empresa: aparecía la segunda generación con sus nuevas ideas. Recibían una compañía crecida, próspera y con gran cantidad de empleados, que fueron precisamente los que la hicieron crecer con su esfuerzo. Pero la nueva generación traía nuevas propuestas: era necesario “profesionalizar” los puestos de trabajo. Aunque existen distintas definiciones para la palabra “profesionalizar”, la que aplicaba la segunda generación era aquella que en la práctica se definiría como: “descartar personal antiguo, sin importar cuánto había aportado al crecimiento de la empresa, por nuevos jerarcas con títulos académicos, mucho mejor pagos.”
    La experiencia de “profesionalizar” no siempre resultó como se esperaba. El costo de la curva de aprendizaje de los nuevos “profesionales” muchas veces dejó consecuencias catastróficas para la empresa, por desconocer el verdadero espíritu de cómo se hizo grande. Los errores de los profesionales pasaban por malas decisiones en la visión y mucho más por el trato con los trabajadores leales, generando un tendal de gente que valía la pena en el camino, echándolos de la organización mientras duraba su gestión. Nunca se pensó el impactó que produciría esta decisión en el resto de los trabajadores que esperaban una promoción u oportunidad dentro de la compañía a la cuál habían apostado por años para crecer. Cuando el empleado esperaba que llegara su reconocimiento, la oportunidad y el premio se lo daban al profesional que venía de afuera. Esto amparado por esa segunda generación que le había confiado los destinos de su empresa a estos “profesionales”. El resultado inevitable era, por un lado una organización en la que sus propios empleados vivían descontentos tratando de irse a otro lugar, y por otro una empresa que ya dejaba de dar ganancias y empezaba a perder.
    Y en este escenario venía a hacerse cargo la tercera generación: los nietos del fundador. Esos que nacieron en la abundancia gracias al sacrificio del abuelo. Esos que fueron educados en las mejores universidades y aprendieron rápidamente que un trabajador era un “costo” para la empresa y no su mejor capital. La tercera generación de repente se desayunó con que tenía en sus manos millones en capital. Ése era el pensamiento, no que heredaban una empresa en la cual se había invertido mucho trabajo por las generaciones anteriores, una empresa que hizo grande el nombre de la familia ya que brindaba trabajo a personas y dignidad a muchas familias, ayudando al crecimiento de un país. Pero la pregunta de la nueva generación no era de cómo mantener estos ideales tan altos, sino la de ¿dónde rinde más mi capital? Si tengo tanto dinero ¿para qué trabajar?, mejor vender todo e invertir en el negocio financiero, o irse a otro país a disfrutar lo heredado del sacrificio de la primera generación. Y así se hizo. La empresa discontinuó la línea generacional y fue a parar, en ruinas, a nuevos capitalistas.
Tal vez, en esta teoría pensada hace más de diez años tengo un poco de dureza, al no haber mencionado el difícil contexto en que tuvieron que lidiar, muchas veces, cada generación de empresarios. Pero como dije, el patrón se repitió en muchas de las empresas argentinas: Primera generación funda, segunda generación endeuda, tercera generación vende.
    Y creo que para tener un país mejor necesitamos una nueva y distinta generación de empresarios, con otra cultura y moral, con los valores de aquellos que hicieron grande a nuestra industria, con visión de trabajo, con don de tratar a los trabajadores. Generación de empresarios que no vivan pensando en comprar dólares o en la especulación financiera. Que tengan un poco de amor por esta Argentina, entendiendo que el circulo virtuoso de la economía se produce cuando la empresa privada crece. Y por supuesto que entiendo la parte que le corresponde al Estado, que debe apoyar al emprendimiento, estimularlo y no ahogarlo con cargas imposibles. Pero la parte del Estado quedará para otro escrito, aquí solamente quería recordar aquella teoría de la que les hablé a mis compañeros universitarios, hace varios años ya…pero es una teoría que sigue vigente y cumpliéndose regularmente.

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